Te levantas dos o tres mañanas, folletería por las calles.
Aquellos pasajeros malolientes que reprochan tu presencia.
Observadores del semblante empobrecido por el fuego, su piel se desvanece cual cera en apagón.
Tortuoso destiempo que converge en el polvillo de una institución decaida en el fracaso,
y escuchan tu silencio, a gritos y entreabiertos.
Flanqueas entre aquí y allá;
polleras, labios y piernas;
Americo, Colón, Voltaire, Danton y Robespierre.
Los genes o la natalidad.
La realidad, la verdad.
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