¿Quién pudiera creer, cuantas cuestiones caminan sobre los hombros de manos en el apesadumbrado paseo biológico? Nadie podría explicarle que el rojo, podría ser, simplemente rojo. No hubo verde que fuera blanco, ni marrón descompuesto en colores. Todas las luces eran independientes, la soledad era mero silencio y el amor puro placer. Un cuerpo se remontaba, agazapado entre sus partes, miembros inútiles, a cuestas de un torso mustio, astillado en cada paso indefinido, su sangre mucosa, ingiere las bacterias que lo condenarían a su última concepción, ni el frío fue capaz de detener su camino, el que la misma helada había provocado. Agobiante calor daba cuna a sus hijos, reproductores del abismo. Un escritor observaba con desgano, entre sudor y tabaco, el rastro de su imaginación al tintinear de las teclas, teselas de la comunicación, daban lugar a sus recónditos. Habría de abstenerse el maloliente a sus deseos, una mirada perfilada sobre hombros desdibujados alcanzaba a figurar el rostro del creador. Creo que nunca pudo comprender la razón de tal castigo, la dicha de haber sido inmortalizado en la perpetuidad del personaje, en su contraposición de haber sido creado para sentir tal insatisfacción: su cuerpo, incapacitado; su salud, deplorable; su estima, incongruente; sus labios, sin aire. La sangre nunca fue tan espesa. Cómo podría ser el negro, la captura de todo pigmento, como podría ser la ausencia de un reflejo en el tiempo, al futuro, la perseverancia de la imagen. Cómo podría ser el blanco, de un objeto, su contrario, la ausencia y la expulsión de todos aquellos amados: primarios.
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continuará
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