
el misterio contiene y la dicha desgasta.
(haz.me. de luz, saxofoneándote)
¿Quién pudiera decir tras el cristal lo que quien quisiera decir tras esta caja de metal? Chapa dura y querosén.
Un eco resonante desde la capilla recuerda mi bóveda vegetal. Ya llegamos al hospital Durán. Un mural cual parto intravenoso, un giro en ocho (que famoso).
A mi lado los rojos, recuadros tramados por la senda peatonal. Largo es el recorrido de los edificios, una pollera corta me pide no avanzar, una línea blanca me inspira en la profunda ceguera.
Pizza, birra y café, un martini, un sake tal vez, domada por la ley de un faso ni legal, desciende cabizbaja de mi escalinata.
Una destrucción por el mañana junto a un sexshop en Rivadavia.
El verde se extiende de las rejas deportadas, como un niño que sostiene el péndulo arácnido de su mente desconociendo mi "clavija y balancín" atentando la mímica juvenil junto a las guardas del tiempo.
Son todos relojes espejados en la memoria, razones e mis andanzas, el tul que recubre su alma, despellejable localidad de las flores que no duermen.
Éxitos en silencio.
La base de nuestro trabajo parte de la inclinación (asexual)
En el colectivo nos gusta acomodarnos y dirigir la mirada a través de la ventana. Buscamos y miramos los edificios que pediremos luego con muchas ventanas por las cuales miraremos al entrar. Miraremos ese cielo, no tan azul como en el campo que soñamos, donde miramos a través de las hojas del árbol más cercano como la resolana pareciera ser la misma que en Europa, la que miramos, desde América la añoramos. De allí supongo, al alzar la vista, podremos ver las estrellas que nos guiarán a otro planeta, en aquel mar negro y lejano, ni pensado en aquel colectivo que nos lo dio.
Yo prefiero quedarme (chapita) mirándole las zapatillas a la gente y los relojes para adivinar cual es su profesión. Yo prefiero quedarme para desvelarme.
Te levantas dos o tres mañanas, folletería por las calles.
Aquellos pasajeros malolientes que reprochan tu presencia.
Observadores del semblante empobrecido por el fuego, su piel se desvanece cual cera en apagón.
Tortuoso destiempo que converge en el polvillo de una institución decaida en el fracaso,
y escuchan tu silencio, a gritos y entreabiertos.
Flanqueas entre aquí y allá;
polleras, labios y piernas;
Americo, Colón, Voltaire, Danton y Robespierre.
Los genes o la natalidad.
La realidad, la verdad.
Menuda remembranza.